Cuentos




Cuentos.




Bigalo.

Sólo un machetazo. Sí, sólo un machetazo bastó para que la cabeza rodara por la columbina salpicando sangre hacia los lados y cayera sobre el piso, como un coco seco lleno de agua, porque ese machetazo coincidió con un movimiento que segundos antes, iba a hacer el hombre cuando aún mantenía la cabeza sobre sus hombros. Sólo un machetazo para que el alcohol saliera mezclado con la sangre por el cuello sin cabeza y por la cabeza sin el cuello.
El hombre huele a palmiche y va montado sobre un caballo de huesos que la montura salva de no rajarlo en dos. Delante va el perro Bigalo que hace mucho tiempo perdió la raza, pero no el olfato. Al hombre lo llaman Dionicio, diez leguas a la redonda ni una más ni una menos y había salido de su rancho cuando el sol no levantaba una cuarta allá donde él creía, se acababa la sabana. Ahora el sol está que pela y le baña la cara, la que estruja con su mano de desmochador, arrollando el sudor escapado por cada uno de los surcos y guardarrayas que conforman su rostro. Levanta el ala del sombrero de yarey y mira como Bigalo salta la talanquera. El perro, después de saltar, va a echarse sobre la yerba, sin dejar de sacar la lengua de yagua y espera a que su dueño, pase. Una vez seguro de que su dueño ha pasado, echa a correr en dirección al bohío de la comadre Ángela. ¡Ángela Ramos, caray!, piensa Dionicio. ¡Qué clase de potranca cerrera!. Entonces la recuerda con la batea encajada en una de sus curvas de palma real, bajando por el camino lleno de fango que conduce al río, para luego con el agua hasta los tobillos sentarse sobre un calambuco y enseñar las entrañas de vaca descuartizada. Los perros ladran. Dionicio la ve parada entre el marco de la puerta de su casucha, con los brazos en jarra. Bigalo le huele el trasero al perro de ella, que sin dejar de ladrar, se encuentra atado al tronco de una guásima. ¡Bueno días compay, dichosos los ojos de quien lo ve! ¡Ay! Comay. Si uté supiera- le dice quitándose el sombrero. No sea vaina y desmóntese pa’que se tome un buchito de café acabaito de colar…uté verá que sabroso cuando lo baje con unas prángana que tengo por ahí escondiita. Con mucho gusto caray- dice bajándose del caballo- si hará tiempo que no me como unas panochas….y si vienen de uté, aunque me atore. ¡Vamo compay, no exagere que no e’ pa’ tanto.
Bastaron diez machetazos, para que el cuerpo dejara de ser cuerpo y se convirtiera en un amasijo de carne y sangre regado por el catre y que si se unieran los pedazos jamás formarían aquel cuerpo, con aquella cabeza que descansaba borracho, hacía un momento. El brazo no le temblaba y el machete embadurnado de sangre, fue a descansar junto al cuadro de San Miguel Arcángel, en el altar situado en un rincón entre las paredes de tablas de cana y el piso, de cenizas comprimidas. La mujer observó la espada que esgrime el santo contra el diablo y luego miró lo que quedaba de su pobre diablo, sobre la columbina. Una sonrisa macabra se formó en su rostro, cruzó los dedos índice y pulgar, los besó y dos manchas de sangre marcaron sus labios.
Dionicio recuesta el taburete a un horcón, mira para el techo de guano y ve los agujeros por donde penetran los rayos del sol, mezclados con el humo del fogón y proyectados en el piso de cenizas, formando círculos amarillos donde las moscas revoletean de un lado para otro, huyendo del hocico de Bigalo, que ha ido a echarse debajo del taburete sin que ellos se dieran cuenta. Óigame comay, me enteré de lo ocurrido al difunto compadre….
Ángela nerviosa se lleva las manos a la saya y la estruja con fuerzas. ¡Ni hablar de eso vale la pena…na’ prefirió andar por ahí de bandolero y me dejó abandoná. ¿Uté lo haría compay?. No que va, por cuanto en la vida, yo no soy el difunto… Dios me libre, déjeme tocar madera, solo me iría por las lomas y los llanos de su cuerpo, comay. Ríen. Se miran y vuelven a reír. Ella le da el café dentro de una jícara. El, la lleva a los labios y se quema. ¿Arde compay? Y dígalo, este café está calientico como tú. Vuelven a reír, se tutean. Ella se ha quedado parada delante de él, él la ve desafiante siente que la sangre le hincha el cuello, le quema y el pedazo de güira le tiembla en la mano. Le entran deseos de abalanzarse hacia las caderas, pero se contiene. Ella lo nota, conoce el estado en que lo ha puesto, deja escapar una sonrisa intencionada y lo mira. Los dos se miran. De la mirada de Dionicio sale el fuego lascivo de cuando la veía desnuda en el río. De la mirada de ella salen los deseos de yegua salvaje que lleva encerrados en las carnes fuertes y crudas.
La cabeza fue lo último que echó al hueco. Luego la tapó con tierra y ceniza y las apisonó. Volvió a poner la columbina, cubriendo la colchoneta con una sábana nueva que tapaba las manchas de sangre seca que formaban mapas en el forro. Más tarde salió corriendo bajo un fuerte chubasco, chapoteando el fango con sus pies descalzos. Se zambulló en el río y allí desnuda con el agua hasta la cintura, se dejó arrastrar por la corriente gritando como una loba y donde el monte verde y espeso la tragó en su vientre.
Ángela desnuda, se mueve entre la columbina y Dionicio. Ríe y lo hace con ganas, con fuerzas, sin miedo a que la escuchen. Miedo siente él, al oír las risotadas de ella, pero trata de no darle importancia y la muerde, pero ella muerde más duro, ríe con más ganas, llora, maúlla. Compiten y ella gana. Dionicio aterrado pierde, pero se enjarreta con la idea de ganar. Van, vienen. Se van, se vienen. Terminan. Dionicio cae en el borde de la columbina, otra vez derrotado. Siente unas pezuñas que le arañan las nalgas desnudas, sabe que es Bigalo. Sin mirar, tira un manotazo y se da cuenta que no da sobre la cabeza del perro, sino sobre el cráneo liso que al caer suena como un coco.





La Virgen de Paúl Anka.

Dentro de diez minutos serán las nueve de la noche y entonces el antiguo cañonazo estremecerá la ciudad y tú con los dientes más de leche que de hueso, llegarás a una suite del Hotel Sevilla y con golpes suaves tocarás la puerta, un uan moment escucharás del interior, tiempo que da para aprovechar y revisar de una ojeada los zapatos de palo con tacones acampanados, la mochila de charol y quitar de la frente algunos bucles de tu pelo ensortijado. Tiempo tendrás además de mirar el reloj plástico y darte cuenta que estarás a la hora señalada para la cita y que aun podrás sacar el espejito y el crayón para pintar los labios. El comin plis te invita a pasar y sin dejar de mirar a ambos lados del pasillo, entras y sientes un fuerte olor a bebida mezclado con el olor a cigarro que hace mover tus aletas nasales. Recuestas el cuerpo tras cerrar la puerta y enseguida, echas mano a una ficticia sonrisa, dejando escapar un tímido gud nai sin siquiera saber si te estás despidiendo, cuando aun no acabas de llegar, pero eso fue lo que dijo tu amiga Brenda, porque yo si llevo tiempo cazando turistas y no hay quien me pinte un cuento y si por casualidad es un viejo, gordo, enano y barrigón, de los que dan asco y no quieres echártelo, no cojas lucha, te colocas un algodón, lo embarras de mercuro cromo, te lo pones en la verija y le dices a ese cabrón que estás con la regla y ya, se acabó, eso sí, enséñaselo después de haberle tumbao los pesos y si no te ha dado nada, echa mano por el reloj… y de una mirada encuentras a uno de esos que dijo tu amiga, envuelto en una toalla blanca donde destaca el NIKE con letras negras de gran tamaño. Si, allí está Richard, el canadiense que conociste la noche anterior en la discoteca del Comodoro. Sonríes al pensar cuando le digas a Brenda, que Richard tiene una figura esbelta y que sólo te lleva unos añitos, pero estarías engañándote porque frente a ti, tienes a un bulto con más de doscientas cincuenta libras de carnes flojas envueltas en una toalla sin que rebase los cinco pies, pero nada, dirías…un extranjero es un extranjero y por lo menos de este espero que sea cariñoso conmigo y me compre algunas cositas y me invite a varios lugares mientras permanezca aquí. Así me voy a sentir como una reina. Y Richard al verte se pone rápidamente de pie para abrazarte con los brazos peludos y dice kiss, kiss, kiss y sientes sus labios arrugados besar los tuyos y un aliento a menta ocultando un mal aliento a viejo y vuelve a repetir un uan moment y va hacia la grabadora y tú lo haces hacia la cama y te sientas en el borde, observando con el rabo del ojo el impecable colchón y vuelves a observar al gordo, apretando un botón hasta lograr que el casete salga con exagerada lentitud y después con movimientos ágiles le das la vuelta entre los dedos y lo introduce para presionar nuevamente la tecla y dejar que la melodiosa diana inunde la habitación y entonces Richard con un gesto de mano indica que lo esperes y va hacia un maletín gusano situado en la parte inferior de donde cuelgan algunas mudas de ropas y saca un disco long play y un paquete de cigarrillos envuelto en papel celofán y retorna eufórico prendiendo uno y después de hacer intermitentes bocanadas, muestra el disco de Paúl Anka, para dar a entender que le costó only uan dólar, only uan dólar, big Paúl Anka y para que termines de entenderlo indica que la música que sale de la grabadora la canta el joven de la carátula y tú la coges en las manos, sin decirle nada porque todo está en inglés a no ser el quince y el nombre de diana. Un fuerte e insoportable olor a marihuana inunda la suite. Con fingido detenimiento observas al joven del traje oscuro, sonriente, que aparece en otras partes de la carátula con yaqui y camisa de mangas largas adoptando diferentes posiciones y de todo, sólo grabas en tu mente, su juventud que bien pudiera ser la tuya y su porte algo cheo para tu gusto y dejas de mirar a Paúl Anka para mirar la obesidad de Richard envuelta en la toalla, bailando alrededor de la cama y cubres la cara con el disco para ocultar la risa. Y Richard, después de recorrer varias veces la habitación bailando ridículamente, regresa a la mesita de noche y se arrodilla para sacar de debajo de la cama una botella Johnnie Walker, un paquetico con un polvo blanco y un rectángulo de acrílico. Te invita a tomar del líquido ambarino que rechazas varias veces negando con la cabeza y luego lo aceptas por pena, para según tu, no pasar por novata y lo tomas de un trago y toses casi hasta ahogarte, momento que el viejo aprovecha para darte unas pastillas disueltas en agua y algunas palmaditas en la espalda que más tarde se convierten en caricias sobre los senos y caricias en los lóbulos de las orejas y besos y lengüitas dentro de los oídos que te estremecen el cuerpo hasta sentir humedad entre las piernas y un cosquilleo y picazón que recorren el vientre haciéndote agua la saliva de la boca y revuelven las ganas reprimidas que hace algún tiempo llevas adentro, y con suavidad para no enojarlo quitas de encima las manos de oso y el comprende dejando de insistir y va hacia la mesita de noche y vierte el polvo sobre el acrílico haciendo rayitas y hace un tubito con un billete de veinte dólares que miras de reojo y te dan ganas de cogerlo y salir corriendo. Richard, aspira primero por uno de los huecos de la nariz para luego hacerlo por el otro, entonces invita a que lo imites y le dices que no y él, resoplando continúa insistiendo, dejando escapar una retahíla de palabras que no entenderías jamás y que te dan risa, pero sin dejar de decirle que no y hará alguna fuerza tirando del brazo y te paras, haciendo el intento por irte, pero se da cuenta y una vez más apela a otros recursos y pone carita de yo no fui y queda serio, tan serio que llegas a creerle y le dices que prefieres uno de los cigarrillos que desde el principio llamaron tu atención y te complace encendiendo uno y con estudiada delicadeza lo hace llegar a tus labios y sin haber fumado nunca, inhalas, tosiendo algo, pero pidiéndole continuar. Recuestas el cuerpo a la cama y sigues fumando mientras él está a tu lado enseñándote como hacerlo y bajo su atenta mirada lo fumas completo notando que todo da vueltas y el viejo tira de tus brazos, te levanta en peso y comienzan a bailar, estás eufórica flotando por la habitación y continúas dando vueltas y todo da vueltas y ríes con fuertes carcajadas y el te sigue sosteniendo en el aire con sus brazos regordetes y se deja escuchar diana y comienza crazy love y el canadiense está crazy y tu, te sientes crazy y los dos bailan hasta estar cracy y ya no percibes la barriga prolongada de Richard sino la corbata de Paúl lamer el cuerpo, las piernas, los muslos, las nalgas, las mejillas y el big Paúl Anka te tiene entre los brazos y sigue haciéndote girar por la habitación y you are my destiny y Richard con traje y corbata y Paúl Anka envuelto en la toalla mostrando su abdomen musculoso y su juvenil sonrisa y Richard mira como bailas con él y cree entender que te gusta puppy love y muestra celos y te da pena con el gordo y le dices a Paúl que espere y él espera cantando lonely boy y el gordo te besa mientras das vueltas y tu, con el cabello hasta los hombros besas al joven tirándole de la corbata y le dices que no puedes más, las piernas no soportan el cuerpo y entonces te dejas arrastrar hacia la cama por Richard, pero le haces una seña al joven del traje oscuro para que te quite al viejo de encima y el joven hace lo que le pides y se deja caer sobre ti y con delicadeza te quita la blusa y muestras los senos redondos y sientes como la corbata te hace contraer los pezones y le aprietas la cabeza contra el pecho y le buscas la boca con desesperación para besarlo con fuerzas y ya no escuchas miss you so porque la sientes por dentro, corroyendo las entrañas, hasta erizarte la cabellera encaracolada y te alegras al morder la lengua del joven y no la del viejo, el que no deja de reír delante de tu cara, convirtiéndose en una grotesca figura que te hace temblar de pies a cabeza y escuchas la música all of sudden y permites que las manos del joven te vayan dejando sin ropas hasta quedar completamente desnuda, acaricias la corbata de Paúl mientras roza tus piernas, aprietas los muslos con fuerzas para impedir que llegue a donde tu no quieres que llegue por lo menos en estos momentos. Continúas viendo la cara de Richard deformada por la risa, tu también ríes con ganas, con carcajadas y todo para que él vea que te estás divirtiendo pero el temor que sientes porque él llegue a donde tú no quieres, hace que dejes de reír y tratas de ponerte en guardia, por eso llamas a Paúl. Richard dice que él, es el Big Paúl Anka, se quita la toalla para mostrar algo más que cuando nació, su pequeño pene debajo de su barriga prolongada, pero no sabes que él es el Big Richard y lo que le falta por naturaleza lo sustituye con experiencia por eso utiliza las manos, los dedos, la lengua, hasta el canto de la pierna para frotar tus partes y así enardecerte el cuerpo y ya no quieres ver más a Richard, sino al joven que esta vez cae con más fuerzas, con más ganas sobre ti, mostrándote la corbata erecta, punzante la que guías con la mano para frotar tu sexo y por tal de evitar al viejo aflojas las fuerzas de los muslos permitiendo que rompa el tejido y penetre en el vientre hasta herir las entrañas por lo que ves el techo venirte encima, la habitación dar vueltas y Richard bailar alrededor de la cama sacándote la lengua como burlándose de ti. Sientes calor en vez del frío acondicionado, la corbata sigue penetrando con movimientos sinusoidales haciéndote sentir lo que nunca habías sentido, pones el grito en el cielo, provocando que el techo del hotel se derrumbe por completo y caiga hasta aplastarte y ya no habrá dolor. La música de my head sings dejará de llegar hasta ti, porque será la última en la cinta que no girará más y Paúl Anka no estará entre ustedes a no ser su cara sonriente en la carátula embarrada de sangre que quedará sobre la cama. Ni tampoco Richard estará mostrando su poco porque ya serán más de las nueve de la noche y hace rato que el cañonazo estremeció la ciudad y tú, no has llegado a la cita.